Un suceso… ¡de locos!

El otro día me ocurrió algo bastante curioso, bueno yo diría “de locos”.

La cuestión es que estaba yo por el monte cuando de repente me encontré con un hombre de blanco pelo, alta estatura, extraña vestimenta y de hueso fino. Estaba montado en un bonito caballo y ambos parecían aturdidos y aunque mi madre me tiene dicho que no hable con desconocidos, hubo algo que me resultó familiar y me impulsó a ir hacia él. Me acerqué y le pregunté si necesitaba ayuda. Un tanto desconfiado, a mi modesto entender, me pidió que le dijera mi nombre y así lo hice, él me respondió con el suyo. Yo quedé asombrada, no podía creerlo, me hallaba delante del gran Don Quijote de la Mancha. Le sonreí. Después me contó como llegó hasta allí; no sabía lo que ocurrió, sólo recordaba que se encontraba con su escudero Sancho en una de sus tantas y tantas aventuras y que apareció allí. Mientras atendía a su historia pensaba en la manera de ayudarlo pero también sentía cierto temor, aunque, curiosamente, me fiaba de él, le creí cuando me desveló su identidad.

Cuando terminó su relato me pidió ayuda para volver a su mundo, mas al no tener respuesta a sus preguntas, ni la solución a sus problemas, decidí llevarle a casa. Al estar mi familia de viaje estaríamos solos, lo que significaba que nadie lo vería, ni lo detendrían por loco, sino que estaría a salvo y yo podría cumplir mi propósito, contarle la verdad, es decir, que esto no tenía nada que ver con su mundo, que las cosas habían cambiado y que no sé como pero había aparecido en la Cresta del Gallo del Murcia, casi quinientos años después de su época; se lo propuse y así lo hicimos. Bajamos a pie del monte y, para nuestra suerte, pudimos coger un taxi que nos llevó a casa de incógnito. Le puse mi pañuelo en la cabeza y mi chaqueta sobre los hombros y subimos. Durante el trayecto, el conductor no dejaba de mirarle por el espejo mas yo le había pedido dos condiciones antes de todo: que no hablara ni hiciera nada distinto de lo que le dijera y que dejara a Rocinante en el monte; así que para tratar de tranquilizarlo le dije que era para una fiesta de disfraces lo que provocó una tímida sonrisa que relajó el ambiente, o así lo creí yo…

Al llegar a casa, terminó de quedarse boquiabierto, y digo terminó porque ya lo estaba desde que bajamos del monte y vio la carretera, los coches, y las casas y todo lo que no era propio de su tiempo. Subimos a casa y traté de calmarle, ¡estaba aterrado! Poco a poco yo acabaría como él, pues temía lo que rondaba por su delicada cabeza pero a la vez lo comprendía. ¿Quién sabría cómo actuar cuando apareces como por arte de magia en una época completamente distinta a la tuya, solo, a quinientos años de tu tiempo, tus costumbres, tu mundo?

El caso es que le enseñé la bañera y como usar cada uno de los objetos que necesitaba y le busqué algo de ropa de mi padre para que pareciera corriente. También le dije como se usaba la cuchilla, los grifos y la espuma para que se afeitara. Mientras esperaba a que terminase, busqué mi libro del… es decir, su libro; preparé algo de comida para cuando saliera y pensé lo que le iba a contar. Al rato oí la puerta, me apresuré a ella y cuando me asomé, abrí los ojos como platos; ¡Lo había hecho bien! ¡Lo consiguió! ¡Él solo! Estaba todo ordenado, incluyéndole a él, que estaba irreconocible. El único “pero” fue que se puso los pantalones y la camiseta al revés. Le pregunté cómo se encontraba y me respondió que bien, aunque algo extraño y confuso. Nos acomodamos en el sofá y comencé con mi cometido. Mientras hablaba observaba su cara y sus expresiones, no parecían muy satisfactorias  aunque me aseguré de que me escuchaba y me entendía. Cuando acabé le pregunté si tenía alguna duda, si me había comprendido y lo que pensaba y sentía en ese momento; sonrió y dijo:

-Luego soy yo el loco…

Los dos rompimos a reír y le dije que, no sabía cómo, pero le ayudaría en todo lo que pudiera y, sobre todo, en poder regresar a casa. Hubo un hecho que me sorprendió bastante desde el principio: ¡Estaba cuerdo! O por lo menos eso aparentaba en sus reacciones y respuestas; aunque ahora que lo recuerdo, me dijo algo de que se golpeó la cabeza y, tras perder el conocimiento, despertó ya aquí, en la montaña; quizás fue el golpe…

Pasaban los días y en ellos estuve enseñando a nuestro caballero todo lo que sabía de mi tiempo, cosas tales como cocinar, ver la televisión, las nuevas tecnologías, nuestra música, nuestras costumbres… mas yo tuve un privilegio enorme, tener como maestro al ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, aprendí, al igual que él de nuestro mundo, yo del suyo. Nuestra relación de afecto fue tomando fuerza y nos convertimos en grandes confidentes, cómplices, amigos… Pasado cierto tiempo fuimos a la montaña donde dejamos a Rocinante y allí estaba, más majestuoso que nunca. Estuvimos paseando y me ofreció subir y aprender a llevarlo. Más tarde, cuando había bajado del caballo, subió él y de repente, en el momento en el que Rocinante se elevó, mientras el Sol caía y el viento peinaba su cabello, Don Quijote cayó de espaldas golpeándose en la cabeza. Corrí hacia él mas una gran cantidad de tierra se levantó en su caída y cuando al fin pude ver, había desaparecido, no estaban ni él ni el caballo. Sorprendida, rápidamente pensé, sonreí y volví a casa.

Pasado un tiempo del suceso, cuando mis padres regresaron, les conté lo ocurrido y la respuesta que recibí fue parecida a esa que se conoce como “dar la razón a los locos”, pero yo estaba feliz, los demás pensaban que estaba loca, ¡Era una privilegiada! Tal y como decían las líneas que me dejó mi maestro y amigo el gran Don Quijote de la Mancha:

“Tras este tiempo que vivimos juntos pensé: yo soy un loco y el personaje más importante de la literatura española, entonces… ¡Dichosos los locos! que pueden viajar en el tiempo y hacer historia. Considérate una privilegiada cuando te llamen así.

A mi querida escudera del siglo XXI.”

Roimas noches, sean buenos, crean en los sueños y… ¡qué viva la locura!

Autor: Verónica Jonas

"La vida es escalar, pero las vistas merecen la pena". "No es la apariencia, es la esencia. No es el dinero, es la educación. No es la ropa, es la clase". - Coco Chanel Sígueme en Twitter: https://twitter.com/Veronica_BF

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